Autoexigencia

Autoexigencia

Siempre oigo hablar de Autoexigencia viene a mi mente la misma pregunta de siempre, cómo he podido llegar a ser tan extremadamente severo conmigo mismo. Nunca era suficiente.
Pero ¿qué es lo que nos sucede para llegar hasta este punto?, ¿qué pasa en nuestra mente que nos lleva a estos extremos?


En mi caso personal, creo que es un tema cultural o hasta incluso una herencia introducida en mi ADN. Desde bien jóvenes en casa se nos dijo que todo esfuerzo había que sudarlo, que si no se trabaja duro no podrías ser merecedor, y que por lo tanto hay que sudar para ganarte el sueldo. Soy consciente de que la era industrial marcó mucho a mi familia, de tal forma que esta Autoexigencia ha ido pasando de generación en generación.

Ya en mi etapa adulta, el nivel de Autoexigencia podía llegar a ser tan alto por esa continua búsqueda de hacer las cosas bien, muy bien, que cuando decidía dedicarle una hora a una tarea, esta se convertía en tres, acumulándose así al resto de las tareas que tenía agendadas. Pero aun así, no llegaba a ser verdaderamente consciente del atraso generalizado que se generaba en mi día a día, lo que me llevaba a una frustración continua, ya que no entendía por qué no llegaba a cumplir con mis compromisos adquiridos.

Por desgracia, hasta los aspectos más rutinarios de mi vida estaban inmersos en esta Autoexigencia, ya que esta conducta no se reducía sólo a mi trabajo, sino que se extendía a todas las actividades de mi día a día. Podría resumir mi vida como un conjunto de obligaciones pero vacía de satisfacciones.

Tal era el nivel de Autoexigencia que mi gran pasión, el deporte, también se veía afectada. Nunca he dejado una prueba sin finalizar a pesar de la dureza, sin embargo, después de culminarlas lo único que sentía era la más pura indiferencia. A pesar del esfuerzo y el padecimiento que suponen cada uno de los entrenamientos hasta que llegas a la meta el día de la carrera, que es cuando reconoces que lo pasado merece la pena, yo no era capaz de sentir nada más allá de una ligera alegría, o como en la mayoría de las ocasiones sucedía, sentía una gran frustración por no haber llegado más lejos o más allá, no haber corrido más rápido.

Toda esta situación de estrés y frustración me llevó a un punto de inflexión, en el que finalmente entendí que esta actitud de dureza conmigo mismo no era justa para mí. Tomé conciencia de que el sufrimiento estaba presente en cualquier trabajo, acción que hacía. Y emprendí un viaje que me llevó a conocerme a mí mismo, a estar consciente, a autocontrolarme, a ser paciente y sobre todo a ser dueño de mí mismo y decidir yo lo quería sentir. Pero llegar hasta dónde estoy ahora, no ha sido tarea fácil

Te muestro a continuación qué lecturas me ayudaron a conseguir controlar mi autoexigencia y que tal vez te puedan ayudar a ti.

Lo primero de todo es averiguar, identificar qué es lo que te lleva a ser autoexigente. Para ello, es indispensable el autoconocimiento. Saber el porqué hacemos lo que hacemos, qué creencias se esconden detrás de esa autoexigencia. Sólo así, podemos encontrar los mecanismos para controlarla y transformarla en un valor positivo, ya que la autoexigencia bien gestionada puede ser un valor que nos potencie a la hora de conseguir objetivos.

El proceso de autoconocimiento es largo. Lo puedes acortar si acudes a un profesional que te ayude a descubrir esa limitación, la cual se encuentra más allá de tu conversación habitual contigo mismo, que nadie más que tú conoces y defiendes.

Siempre se nos ha dicho que los extremos son malos, pero bien canalizados son los que nos mueven a hacer todo aquello que nos comprometamos.